domingo, 25 de noviembre de 2007

Michel De Certeau analizado con su propio método

(Reseña Crítica del capítulo la Operación Historográfica, en el libro La Escritura de la Historia)[1]

Regina Santiago Núñez

Presentación


El concepto de operación historiográfica fue una aportación metodológica clave que hizo Michel de Certeau a la reflexión sobre la historia que a finales de los años 70 se llevaba a cabo en el ambiente académico, especialmente de Europa. El propósito de esta reseña crítica del segundo capítulo de La Escritura de la Historia es analizar el concepto operación historiográfica ubicándolo en el contexto histórico en que se produce y en las repercusiones que tuvo en el ambiente intelectual de su época (especialmente como influencia en otros historiadores como Paul Ricoeur y Francois Dosse).

Comparto con Michel de Certeau la idea de que teoría y práctica de la historia van de la mano y es importante que el pensamiento abstracto que genera la reflexión sobre una práctica se vincule directamente con la misma e interactúe para mantener una evolución permanente, producto del pensamiento crítico.

Así, no basta con enunciar lo que Michel de Certeau señala, por ejemplo, que el historiador escribe para sus pares. Hay que analizar cómo se reflejó ese enunciado en la vida del autor. ¿Para quién escribía De Certeau? ¿Citaba constantemente a Michel Foucault para que éste también lo citara y eso se convirtiera en símbolo de reconocimiento en el código de los intelectuales franceses del último tercio del siglo XX?

Sabemos, por las investigaciones del historiador de las ideas, Francois Dosse, que Foucault nunca le retribuyó a De Certeau las menciones favorables. Sin embargo –según el propio Dosse- Paul Ricoeur sí lo citó, primero con cierta frialdad en Tiempo y Narración, obra en que recuperaba el concepto de otreidad aunque tomaba distancia del mismo, y posteriormente asimilando más abiertamente los planteamientos de Certeau en La Memoria, el Tiempo, el Olvido.[2]

De Certeau subraya que la historia se produce desde un lugar social. Si aceptamos este planteamiento hay que preguntar: ¿Cuál fue ese lugar social específico desde donde se gestó la reflexión sobre la escritura de la historia?

Invito al lector a que me acompañe en este análisis de la génesis y repercusiones del concepto la operación historiográfica, auxiliados por las aportaciones de Francois Dosse, biógrafo de Michel de Certeau.[3] Recuperaremos la forma en que Dosse entrevera la elaboración de las principales aportaciones de La Operación Historiográfica con el desarrollo de esas mismas ideas en otras obras de Certeau.

Ese análisis comparativo que Dosse conecta con episodios biográficos, permite una mejor comprensión de los conceptos. En los casos en que el análisis de Dosse no retomó con suficiente amplitud la exposición original de Certeau, hay referencias más amplias de mi parte.

El autor del concepto

Michel de Certeau fue un teórico de la acción (y un teórico en acción) que nació en Chartery, Francia, en 1925 y murió en París, en 1986. De formación jesuita, dedicó su vida a la investigación histórica (medieval y contemporánea) relacionándola siempre con otras ciencias sociales –principalmente la psicología- y vinculándola con los problemas sociales de su entorno. Un investigador que teorizaba… y un teórico que investigaba. Origen es destino dice la consigna, y la formación jesuita deja ciertas marcas.

A pesar de que públicamente cobró distancia de los jesuitas como institución, en la metodología de Certeau se nota la influencia de los Ejercicios Espirituales ignacianos (un método que, en su momento fue estudiado por Roland Barthes, contemporáneo de Certeau[4], que busca desarrollar el pensamiento crítico y la visión estratégica al propiciar una intensa reflexión que anteceda y ayude a la toma de decisiones y explique el por qué y el para qué de una práctica).

Michel de Certeau fue una de las conciencias críticas de su época, que participó de manera muy activa en los debates sobre el papel del historiador de fin de siglo y se relacionó con políticos, intelectuales y movimientos sociales (con sus escritos llamó a la acción en Mayo del 68 y estuvo cerca del gobierno socialista de Salvador Allende, en el Chile de principios de los 70, así como en movimientos sociales de Brasil).

En 1978 publicó La escritura de la Historia[5] que de inmediato fue comentado por sus amigos en las revistas francesas especializadas. Destacaron de manera muy favorable las aportaciones metodológicas de Certeau, especialmente lo referente al concepto operación historiográfica. Sin embargo, “los autores de las reseñas insistieron en la dificultad de su lectura”.[6]

Ante esto, en este ensayo recurro a Francois Dosse, especialista en biografías de personalidades del mundo intelectual francés contemporáneo, quien estudió a Certeau y analizó sus aportaciones en diversos campos de la investigación y la teoría de las ciencias sociales.

Este ensayo está estructurado de manera que presente los principales planteamientos teóricos del capítulo del libro titulado La Operación Historiográfica, vinculándolos –como exigía Certeau- a las condiciones del entorno individual y social del autor, para que el lector pueda identificar las huellas en una escritura –como la de Certeau- relacionada con distintas instancias de poder.
La alteridad y la operación historiográfica

En su libro El Caminante Herido, Francois Dosse[7] dedica un capítulo a describir la relación de Michel de Certeau con la historia a partir de su reflexión sobre las cuatro fases de la alteridad (entendida como la relación con el otro y con lo otro). Ese análisis queda inserto en un estudio más amplio del concepto de la operación historiográfica, que Certeau creó al reflexionar sobre lo que fabrica el historiador cuando hace historia.

El trabajo de Dosse ubica al lector en el contexto en que Certeau fue desarrollando sus reflexiones en torno de la historia y la manera en que participó en las discusiones que a partir de la década de los setenta marcaron un nuevo rumbo en la definición de la práctica histórica, en lo que se denominó el giro historiográfico.

Dosse señala que a mitad de los años setenta y a pesar de su situación marginal en la institución jesuita, Certeau fue catapultado por los editores franceses Pierre Nora y Jacques Le Goff al primer plano del debate que se verificaba en esos años sobre la función de la historia y el papel del historiador.

En 1974, la editorial Gallimard publicó la trilogía Hacer Historia. El primer volumen, dedicado a “Los Nuevos Problemas”, abrió con una contribución de Certeau. Cuando se publicó este libro –narra Dosse- Certeau estaba justamente terminando, también para Gallimard, otra obra de reflexión sobre la práctica en historia bajo el título provisional de “La producción de la historia”.

Dosse señala que al recordar el episodio, Pierre Nora declaró que “Certeau quería publicar el libro en una colección de bolsillo, no pensaba en absoluto en la “Biblioteque des histories”, pero fue Nora quien hizo que Certeau entrara a la ya para entonces prestigiosa colección. El libro, con el título La Escritura de la Historia, se convirtió en una referencia obligada [8].

Dosse hace notar que en su presentación como autor, Certeau se preocupó por especificar que no actuaba como portavoz de una corriente espiritual y precisó: “No escondo ni mis trabajos ni mis intereses ni el objeto de mis investigaciones, pero ‘jesuita’ es el signo de un compromiso personal y no de una identidad social”. [9]

La cita es pertinente porque, acto seguido, el biógrafo explica el concepto de operación historiográfica vinculándolo a las investigaciones que Certeau había realizado por encargo de la Compañía de Jesús. Dice Dosse:

Certeau concibe la operación historiográfica en un intervalo que se sitúa entre el lenguaje de ayer y el lenguaje contemporáneo del historiador. Como especialista del siglo XVII que partió en busca de éste al exhumar las fuentes originales de la Compañía jesuita con la realización del Memorial de Pierre Fabre y la publicación en 1966 de la Correspondencia de Jean-Joseph Surin, Certeau se confronta con la resurrección imposible del pasado.

Su búsqueda erudita y minuciosa lo lleva entonces a orillas que le dan la sensación de alejarse cada vez más y sentir siempre más presente la ausencia y la alteridad del pasado: “Se me escapaba, o más bien empezaba a darme cuenta de que se me escapaba. Fue de ese momento, siempre repartido en el tiempo, cuando nació el historiador. Es esa ausencia la que constituye el discurso histórico”.[10]

Esta reflexión de Certeau sobre la alteridad del pasado es una de sus características principales como pensador.

Michel de Certeau viajó con cierta frecuencia a México donde impartió varias conferencias invitado por el departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana. El académico Luis Vergara [11] recuerda que a Certeau no le gustaba ni ser encasillado, ni encasillar. Trabajaba con diversas disciplinas, pero cuando tenía que definirse decía que era historiador. No obstante, Paul Ricoeur –uno de los más importantes referentes en el debate sobre la nueva teoría de la historia- lo llamaba “outsider” de los historiadores, pero Certeau no sólo era un outsider, sino que era un heterólogo, un estudioso de la otreidad, de la alteridad.

Las ideas de Certeau sobre la alteridad histórica han influenciado de manera muy especial a su biógrafo Francois Dosse –otro conferencista frecuente en la Universidad Iberoamericana-, quien señala que en toda escritura de la historia hay que reflexionar sobre este tema, sobre la relación con el otro; sobre la relación con lo otro.

Al explicar su concepto de la biografía como un arte, Dosse recuerda que en Francia, cuando se creó la colección L’une et l’autre se impulsó una reflexión para hacer explícita la relación entre el biógrafo y su biografiado. Para él, ésta es siempre una relación de empatía. “Hay algo de mí en el otro y hay algo del otro en mí. El biógrafo tiene que trabajar en esa frontera, pero debe evitar lo que Pierre Bordieu llamó la ilusión retrospectiva: Se trabaja con vidas, pero tal como la memoria las inventa”.[12]

Al abundar sobre ese concepto, Dosse señala:

Certeau toma el descubrimiento de la alteridad como constitutivo del género histórico y de la identidad del historiador, de su trabajo. Insiste en que es necesario considerar la distancia temporal que es fuente de proyección, de implicación de la subjetividad en la historia… Certeau, quien consagró tantos años a trabajos de erudición, tiene clara la diferencia entre esta fase preliminar, previa, de la relación de las huellas documentales del pasado, y lo que de verdad fue la realidad del pasado.

La operación historiográfica no consiste pues, ni en proyectar sobre el pasado nuestras propias visiones y nuestro lenguaje presentes, ni en conformarse con una simple acumulación erudita. El historiador se encuentra confrontado con esta doble aporía, en situación inestable, atrapado en un movimiento incesante entre lo que se le escapa, lo que desapareció para siempre y su objetivo de querer mostrar ese pasado caduco, ese “haber sido” en el presente al cual pertenece. Es esta misma tensión que propicia el que se engendre el vacío y la que pone en movimiento el conocimiento histórico.[13]

Una vez explicado e interiorizado el concepto de alteridad que manejó Michel de Certeau, Dosse continúa con su exposición del pensamiento de Certeau refiriéndose a las tres dimensiones en que éste articula la operación historiográfica:

1. La operación historiográfica es producto de un lugar social. La historia emana de ese lugar social de la misma forma en que los bienes de consumo se producen en empresas… Esta relación con el cuerpo social es precisamente el objeto de la historia.[14]

(Para Dosse es en este punto en el que Certeau está más cerca de la inspiración marxista, como se lo confesó a Jacques Revel en 1975: “Partí de Marx: la industria es el lugar real e histórico entre la naturaleza y el hombre; constituye ‘el fundamento de la ciencia humana’. El ‘hacer historia’ es efectivamente una industria”[15]).

En la época moderna, la historiografía se despliega a partir de la constitución de un lugar social en el cual se encuentran especialistas que reconocen capacidades comunes. El conocimiento de las leyes propias a ese medio es indispensable para hacer inteligible la producción que de ella emana, esto es, el texto histórico.[16]

2) La historia es una práctica. No es la palabra simple y noble de una interpretación desencarnada y desinteresada. Al contrario, siempre está mediatizada por la técnica; su frontera se desplaza constantemente entre lo dado y lo creado; entre el documento y su construcción, entre lo supuestamente real y las mil maneras de decirlo…El historiador es aquel que domina cierto número de técnicas desde el fechado de las fuentes[17], su clasificación, hasta su redistribución en función de otro espacio utilizando cierto número de operadores…

El historiador es tan tributario de los archivos de su época como del grado de técnica utilizados para analizarla. La revolución informática modifica sustancialmente en este punto los procedimientos y multiplica las potencialidades de análisis[18].

Dosse elogia que Certeau tome en cuenta, de manera lúcida estas posibilidades y se mantenga a distancia de toda sacralización de la estadística como única forma de alcanzar el status “científico”. Sobre este punto, señala:

Certeau considera que el historiador debe utilizar los progresos realizados en el terreno de la cuantificación de los datos, pero no debe fiarse y sacrificar las singularidades resistentes del pasado. Por ello, Certeau da la primacía a la noción de distancia y sitúa al historiador en la periferia de las racionalidades adquiridas.

Gracias a esta distancia tomada, puede darse por objeto lo que la razón reprime para analizar, como lo hace Foucault, su revés. Así es como el historiador de los años setenta de buena gana se da por campo de investigación el estudio de la brujería, de la locura, de la literatura popular, de Occitania, de los campesinos al igual que tantos silencios interrogados, tantas historias rotas, heridas y reprimidas de la memoria colectiva.[19]

3) La historia es escritura. La historiografía, definida como acto de escribir la historia, abandona su antiguo papel como “cementerio de historiadores o catálogo de problemas históricos, para volverse investigación concreta que toma en consideración las exigencias del lenguaje, los soportes materiales de lo que se percibe como operación, producción. Esta dimensión se presta a una lectura renovada del material histórico[20].

Más allá de la interpretación que hace Dosse del texto de Certeau, es importante también subrayar algunos puntos que no fueron suficientemente destacados en la misma. Esto es, la importancia que Certeau da a la hermenéutica, a las posibilidades de interpretación que tiene un texto considerándolo como producto de la construcción de códigos específicos.

En el siguiente párrafo que citamos de Certeau podemos verlo como un outsider que identifica algunos de los elementos que constituyen el código de los historiadores. Dice Certeau:

Ciertamente, no hay consideraciones por generales que sean, ni lecturas, por más lejos que queramos extenderlas, que sean capaces de borrar la particularidad del lugar desde donde hablo y del ámbito donde prosigo mi investigación. Esta marca es indeleble.

En el discurso donde escenifico cuestiones globales, tendrá la forma de un idiotismo: mi modo de hablar configura mi relación con un lugar. Pero el gesto que traslada las “ideas” de lugares es precisamente un gesto de historiador. Comprender, para él, es analizar en términos de producciones localizables el material que cada método ha originalmente establecido según sus propios criterios de pertinencia.
El lugar del muerto y el lugar del lector.

Uno de los aspectos del análisis de Certeau sobre la historia que generó mayor impacto en diversos autores fue su reflexión sobre la relación de la historia con la muerte. Es éste el hilo conductor del capítulo sobre la operación historiográfica; reflexión con la que abre y cierra su relato.

Francois Dosse no hace un resumen completo del apartado que Certeau dedica al tema, aunque estas reflexiones sobre la relación historia-muerte tienen importante repercusión en la propia concepción de Dosse sobre el trabajo histórico, especialmente en su caso, como biógrafo de autores contemporáneos.[21] Resumamos entonces lo que dice La escritura de la Historia. Certeau inicia su reflexión preguntándose y preguntando al lector:

¿Qué fabrica el historiador cuando “hace historia”? ¿En qué trabaja? ¿Qué produce? Interrumpiendo su deambulación erudita por las salas de los archivos, se aleja un momento del estudio monumental que lo clasificará entre sus pares, y saliendo a la calle, se pregunta: ¿De qué se trata este oficio? Me hago preguntas sobre la relación enigmática que mantengo con la sociedad presente y con la muerte, a través de actividades técnicas.[22]

En la conclusión del capítulo, Certeau apunta como paradoja de la historia el que haga entrar en escena a una población de muertos formada por personajes, mentalidades o precios.


Más adelante señala:

La práctica encuentra al pasado bajo la modalidad de una separación relativa a modelos presentes. La función específica de la escritura no es contraria, sino diferente y complementaria de la función de la práctica. Esta función puede precisarse bajo dos aspectos: Por una parte, en el sentido etnológico y cuasi religioso del término, la escritura desempeña el papel de un rito de entierro; ella exorciza a la muerte al introducirla en el discurso. Por otra parte, la escritura tiene una función simbolizadora; permite a una sociedad situarse en un lugar.

La escritura sólo habla del pasado para enterrarlo. Es una tumba en doble sentido, ya que con el mismo texto honra y elimina… Exorciza la muerte y la coloca en el relato que sustituye pedagógicamente algo que el lector debe creer y hacer… La escritura hace muertos para que en otra parte haya vivos… Una sociedad se da así un presente gracias a una escritura histórica. El establecimiento literario de este espacio se reúne, pues, con el trabajo que efectuaba la práctica histórica…

La narratividad, metáfora de una actuación, encuentra apoyo precisamente en lo que oculta: los muertos de los que habla se convierten en el vocabulario de un trabajo que se va a comenzar. [23]

Certeau concluye su reflexión sobre la paradoja de la historia que invoca la muerte para dar la vida, señalando:

No es sorprendente que se ponga en juego aquí algo distinto del destino o de las posibilidades de una “ciencia objetiva”. En la medida en que nuestra relación con el lenguaje es siempre una relación con la muerte, el discurso histórico es la representación privilegiada de una “ciencia del sujeto tomado dentro de una división constituyente”[24] –pero en el contexto de la escenografía de las relaciones que un cuerpo social mantiene con su lenguaje.

La influencia de la operación historiográfica en otros autores

Francois Dosse nos dice que la definición de la operación historiográfica como resultado de tres componentes: un lugar, una práctica y una escritura, no tuvo influencia en los historiadores profesionales en el momento de su publicación.

Pero esto cambió cuando los paradigmas estructurantes sobre los que se basa el discurso en historia perdieron valor. Esto “hizo que el medio fuera poco a poco más receptivo a lo que es una verdadera mutación epistemológica de la disciplina que acompaña hoy la práctica de la historia en segundo grado, a la hora de su doble giro hermenéutico y pragmático”.[25]

Dosse se centra entonces en el análisis de la relación entre Certeau y Paul Ricoeur. Señala que en un principio, la relación fue fría.[26] Para el biógrafo, el verdadero encuentro entre las dos obras tendrá lugar mucho más adelante, después de la muerte de Certeau, con la publicación de La memoria, la historia y el olvido[27].

Dice Dosse:

Ricoeur retoma el término de “operación historiográfica” cuando define lo que es la epistemología de la historia, entre su fenomenología de la memoria y su ontología de la condición histórica. Este reconocimiento lo explica el propio Ricoeur en la obra citada: “Adopto, de hecho, en estas grades líneas, la estructura triádica del ensayo de Michel de Certeau, aunque le tenga que dar contenidos diferentes a puntos importantes”[28].

Dosse señala que, según Ricoeur, su tríada difiere de la de Certeau, sin oponérsele, puesto que hace la diferencia entre la fase documental y una fase de explicación/comprensión para alcanzar la representación en historia que es el grado de la escritura. Pero Ricoeur también retoma de Certeau su concepción de la historiografía: “La uso, como Certeau, para designar a la operación misma en la que consiste el conocimiento histórico captado en acción”.[29]

Ricouer utiliza también su concepción del archivo como expresión de un lugar social y no sólo espacial. Concuerda con Certeau en su concepción de archivo como un proceso de clasificación determinado y ligado a una práctica social. El historiador parte de esta disposición del archivo, de la prueba documental. El lugar remite a una redistribución del espacio mediante la que se efectúa el gesto de apartar. “Es lo que permite y prohibe”.[30]


Michel de Certeau señalaba que el historiador escribe para sus pares. Este planteamiento nos deja la huella del código vigente entre los historiadores franceses del último tercio del siglo XX. Se escribe en busca de un reconocimiento, de un aval. De Certeau, en una frase, hizo público el compromiso que buscaba con sus pares. Pero su biografía nos deja ver que no sólo escribió en busca del reconocimiento de otros historiadores.

De Certeau también escribió para sacudir las conciencias de algunos jerarcas de la institución en que laboró durante tanto tiempo, la Compañía de Jesús, y para poner a pensar a los políticos de distintos países.

Al concluir el capítulo dedicado a analizar los entretelones de La Escritura de la Historia, Francois Dosse hace notar que en una especie de homenaje póstumo, Paul Ricouer consideró a Certeau como uno de los tres maestros del rigor de la epistemología de la historia, entre las tesis de Elías y de Foccault.

Dosse señala:

Certeau es reconocido como aquel que se sitúa a distancia, respecto a las falsas continuidades de la memoria y a las discontinuidades radicales del discurso histórico, insistiendo por el contrario en las múltiples formas de una antropología filosófica muy marcada por la referencia psico/pscoanálitica:

“Es la búsqueda de ese ‘lugar’ del discurso histórico entre las maneras de hacer historia que justifica que el psicoanálisis sea tomado en cuenta por una epistemología que pasa de ser interna al discurso histórico a ser externa a él respecto de las otras maneras de hacer historia. Es el territorio mismo de la historia y su modo de explicación/comprensión que se encuentra engrandecido de esta forma. Esta apertura meticulosamente dominada depende de nuevo del rigor de Certeau.[31]





[1] Reseña crítica de "La Operación Historiográfica”, Michel de Certeau en La Escritura de la Historia, México, Universidad Iberoamericana, 1999.
[2] Se desarrolla más ampliamente este planteamiento en la parte final de esta reseña crítica.
[3] F. Dosse. Michel De Certeau. El Caminante Herido. México. 1ª edición en español, 2003. Universidad Iberoamericana
[4] Roland Barthes. Sade, Fourier, Loyola, Paris, Editions du Seuil, 1980.
[5] Michel de Certeau. L’Escriture de l’histoire, París, Gallimard, 1978.
[6] F. Dosse. Michel De Certeau. El Caminante Herido. México. 1ª edición en español, 2003. Universidad Iberoamericana, p. 266.
[7] F. Dosse, op.cit. Hacer Historia: La Operación Historiográfica. México. 1ª edición en español, 2003. Universidad Iberoamericana.

[8] Ibid. p.257
[9] Ibid. p.259
[10] M. de Certeau, “Histoire et structure”, Recherches et débats, 1970, p.168.
[11] Dr. Luis Vergara, curso Teoría de la Historia I. Otoño 2007. Universidad Iberoamericana. México. Para Certeau habría cuatro tipos de alteridad: 1) La alteridad psicológica. 2) La alteridad cultural. 3) la alteridad histórica. 4) El otro absoluto (la experiencia mística).
[12] F. Dosse. Seminario “El Arte de la Biografía”. El Pacto Biográfico: una novela verdadera, entre ciencia y ficción. Sesión del 25 de junio de 2007. Universidad Iberoamericana. México
[13] F. Dosse. El Caminante Herido, p.260
[14] Ibid., p 261
[15] M. de Certeau, entrevista con J. Revel, Politique-aujourd’hui, nov-dic. 1975, p.66.
[16] F. Dosse. El Caminante Herido, p.262
[17] Aunque Dosse no lo señala en su resumen de La Escritura de la Historia, De Certeau subraya que el lenguaje citado desempeña un papel fundamental para dar confiabilidad al relato. La estructura desdoblada del discurso (un saber del otro, con autoridad) funciona como una máquina que obtiene de la cita una verosimilitud para el relato y una convalidación del saber; produce, pues, la confiabilidad.
[18] M. de Certeau, L’Ecriture de l’histoire, p. 84. Citado y comentado por F. Dosse, El Caminante Herido, p. 262
[19] Francois Dosse, op.cit., p.262.
[20] Dosse subraya que al analizar la escritura de la historia, lo que interesa a Certeau es el papel de organizador del lugar social que tomó la escritura a partir de la modernidad de los siglos XVI-XVII, cuando la sociedad ya es capaz de acumular escritura, volviéndose así un instrumento de difusión y de conquista
[21] Quizás no haya sido casual que el primer capítulo de la biografía de Dosse sobre Michel de Certeau sea una muy detallada descripción de su entierro. Dosse explicó en el seminario El Arte de la Biografía que inició de esa manera porque esa escena le daba oportunidad de mostrar el conjunto de relaciones de Certeau. “En ese entierro estuvo todo el París intelectual”. Dosse también describe con detalle “el ritual” de despedida de sus colegas y amigos que Certeau realizó cuando sintió cerca su muerte.
[22] M. de Certeau. La Escritura de la Historia, México, 1ª edición en español, 1999. Universidad Iberoamericana.
[23] Ibid., pp 116-118.
[24] Jaques Lacan, Écrits, Seuil, 1966, p.857. Cfr. Op.cit., p.859: “No existe una ciencia del hombre, porque el hombre de la ciencia no existe, solamente existe su sujeto”.
[25] F. Dosse. Michel de Certeau. El Caminante Herido, p. 269.
[26] P. Ricouer, Temps et récrit, París, Seuil, 1983.
[27] P. Ricouer. La memoire, la Histoire, l’Oblui. Paris: Seuil, 2000. Citado por F. Dosse. Michel de Certeau. El Caminante Herido, p. 270.
[28] Ibid, p.169
[29] Ibid, p.171
[30] M. de Certeau. L’Ecriture de l’histoire, op.cit.,p 78.
[31] P. Ricoeur, La Mémoire, l´Historie, l’Oubli, op.cit. p.261, citado por Francois Dosse, op.cit., p.271